ARBOL QUE ESCUCHA Y HABLA
Hoy, 31 de Octubre de 2021, de la mano de mi esposa visito el Cementerio o Camposanto de Moradillo de Roa (Burgos), su pueblo, sito en lo alto de un Cotarro rodeado de bodegas profundas horadadas en los centros de su tierra.
La pena de los difuntos enterrados vivos o muertos y, de algunos, sus cenizas, se diluyen con la llovizna que cae del cielo junto con su leve y fría oscuridad.
Mi esposa se ha marchado. Ahora, no hay nadie. Tan sólo el enterrador guardián de la llave de la cerradura de la verja, única puerta de entrada, que se va, y yo. Son la una del mediodía, y le pregunto:
-¿Cómo es que te vas dejando la verja abierta?
El me responde:
-Hoy, día de Halloween, y mañana día de Difuntos, el Cementerio o Camposanto se queda abierto de par en par. No hay peligro de que los que están dentro se escapen; y quienes estáis fuera podéis entrar y quedaros todo el tiempo que os apetezca, como si queréis quedaros para siempre, por toda la eternidad.
Si cerramos el Cementerio o Camposanto a diario, es porque no queremos que venga algún desaprensivo o criminal ladrón y se lleve alguna cruz de hierro forjado a mano o alguna urna de cerámica valiosa.
Yo le contesto:
-Vale. Adiós. Felices Días ¡siempre¡ Aquí hay mucho que ver. Voy a conversar con ese Árbol que escucha y habla.
Paso por senderos con flores de Dientes de León que rodean algunas tumbas, y me acerco al Árbol coronado de una nubecilla que besa sus ramas y vuela, cuando llego a él.
Me encanta su sencilla belleza y elogio la voz que sale de sus ramas mecidas por la fría brisa de tanto aprecio.
El Árbol me comienza a decir:
“Hoy no es como antaño. Antes, los muertos se levantaban de sus tumbas o salían de sus cenizas en forma de mosquitos trompeteros a la hora del bostezo humano y el cantar del gallo. O a la hora entre el Rebuzno del Jumento y el pedo de la Borrica que hacía Rebuznar a otros Borricos al instante.
Hoy se levantan a la hora que quieren. Aquí hay Libertad de la buena. Con el mayor tesón y fuerte empeño los muertos, en comandita, van a un rincón del Cementerio, al que llaman el escusado, donde los vivientes dejan las flores muertas con sus tiestos de plástico, y hacen sus necesidades, que sólo son polvo.
Después, van, uno detrás de otro, para subirse por la pared hasta lo más alto del torreón de la Iglesia, para tirarse de cabeza desde el campanario hasta sus respectivas tumbas.
Sube un muerto…comienza ya pues otro y todos van cantando en el momento:
-Nos duele la cabeza hueca. Tenemos vértigos. Escuchamos voces. Ayudadnos a recordar nuestro vacío de vida.
Principia a tirarse un muerto… Ya los otros le imitan, y se tiran de cabeza chocando contra el suelo.”
-No hay duda de que este gesto de los muertos no es de desesperación, me sigue diciendo el Árbol, sino que encierra algún arcano. En potencia todos somos y seremos émulos de los muertos comprobando dignamente lo que vale la Muerte si viene como si no viene a tiempo.
Para algunos, es una gran victoria; para otros, una fuga vergonzosa.
“Que vivan los Muertos” era el eco de las campanas que en el pueblo se oía resonar cuando abandoné el Cementerio y marché al bar de la Plaza a tomar el vermut en que toma parte el regocijo de este pueblo.
Mientras, en el Cielo, las nubes negras estaban a cantazos y rayos en una lid tan temible como deseada por algunos.
Algunos niños y niñas saltando como ciervos bendecían la lluvia cantando:
“Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva
Los pajaritos cantan, las nubes se levantan
Que sí, que no, que caiga un caparrón
Con azúcar y turrón
Y que rompa los cristales (las gafas) del más cabrón.”